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Análisis de la moción de censura

La Moción de Censura ha sido un espectáculo. Toda una coreografía metafórica de lo que funciona y no en España. La propaganda y el espectáculo, en suma. Esa idea peregrina de dar al pueblo pan y circo para que no piense en nada más y ponga su vida en piloto automático. Narcotizado por la droga del bienestar pasajero. La cosa es que ahora el pueblo tiene circo, pero no pan. Que es lo que va a faltar en muchos hogares cuando los efectos más nocivos de la crisis económica que se nos viene encima empiecen a hacerse presentes. Pero no es eso de lo que se habló en el Congreso. Si hay algo absolutamente seguro, es que las prioridades vitales de los españoles no estuvieron en la agenda de los partidos políticos esta semana. Con una situación cada vez más grave para quien quiera darse cuenta, con amenazas de Estado de Alarma, confinamientos y toques de queda salpicando la prensa ideológica día a día, ya sea para apoyar o criticar, se produjo la Moción de Censura.

La mecánica ya la conocemos todos. Pero está, en realidad y para disgusto de la derecha más integrista, ha estado casi calcada de aquella que Podemos planteara contra el gobierno del Partido Popular allá en el año 2017. Ambos candidatos, Pablo Iglesias y Santiago Abascal, sabían que no tenían la menor posibilidad de ganar. Pero les dio absolutamente igual despilfarrar todo ese dinero público y hacer perder el tiempo a los españoles e, incluso, a los funcionarios del Congreso. Su objetivo primordial era erigirse como cabezas visibles de la oposición ideológica al gobierno de turno. No una oposición aritmética sino espiritual. Fáctica. Metafísica. En el nuevo márketing político, que trabaja sobre un tipo de votante que no va a las urnas para apoyar políticas concretas sino para afirmarse en un modo de ser, es imprescindible para los partidos outsider mantener viva la llama de la ofensiva permanente contra el poder establecido. Precisamente porque saben que es el único cemento que une las contradicciones internas y que supone el único dique de contención que impide que todo salte por los aires.

Abascal lo sabe. En Vox lo saben. Como en Podemos. Por eso se han visto abocados a efectuar esta moción de censura. Y les daba lo mismo que arreciaran las críticas previsibles cuyos estrategas ya habían previsto cómo capear. Al subir al atril del Congreso de los Diputados, Vox ha contado con una tribuna predilecta para plantear su programa, defenderlo y difundirlo a un público mucho más amplio del que cualquier acto de campaña le iba a permitir jamás. Por lo demás, con un PP venido a menos por el débil y pusilánime liderazgo de Pablo Casado y un Ciudadanos todavía desorientado tras la debacle y sin una dirección clara, se abría en el horizonte un escenario demasiado suculento como para dejarlo pasar. Antes de que en Ciudadanos espabilaran y que la prolongación de la crisis relativa al Covid primara las políticas prácticas sobre la demagogia y el PP se viera impelido a llegar a acuerdos de estado con el PSOE, fortaleciendo así de manera paulatina su posición.

Los populares recogieron el guante y aprovecharon el tirón para posicionarse como una derecha constitucionalista y democrática, en contraposición a una derecha reaccionaria y a un populismo revolucionario hipotecado por sus acuerdos con independentistas y proetarras.

La jugada les habría salido redonda si no fuera por dos cosas: una, la corrupción y las prácticas criminales del PP con sus mordidas y policías políticas aficionadas están demasiado calientes y demasiado presentes en el imaginario colectivo como para creer del todo a Pablo Casado; dos: las concesiones a Pedro Sánchez están demasiado diluidas ideológicamente como para pretender que el caudal de votantes que se han ido a Vox vuelvan al redil y le valoren de repente como la oposición única y verdadera. De hecho, muchos votantes tradicionales de la derecha y del centro-derecha, e incluso muchos liberales y progresistas horrorizados con la gestión del gobierno de coalición y sus indisimuladas veleidades autoritarias, van a dirigir a partir de ahora su voto hacia la formación de Abascal.

Al otro lado la sensación es agridulce. Demasiado estoica y plana como para merecer los comentarios de su formidable propaganda. El Gobierno Sánchez ha resistido. No había otra. Los números jugaban a su favor. Pero no hay quien les quite cierto desasosiego por el hecho de que un partido como Vox haya llegado al Congreso de los Diputados para decirles un par de verdades a la cara, aunque su nefasto conservadurismo puritano ahogara las invectivas.

Esta fuerza política ha presentado un programa -coherente o no- que amenaza una hegemonía cultural socialista-comunista que se daba ya por hecha e inconquistable. Aún peor: el líder de la oposición, Pablo Casado, ha realizado una intervención aplaudida casi de manera unánime por los medios de comunicación afines, lo que lo coloca en una posición mediática más favorable para sus propósitos de llegar a la Moncloa que el puro enrocamiento del que ha hecho gala Vox.

Ahora el PP tiene que decidir por dónde suelta lastre: si a costa del votante de derechas clásico o del liberal-progresista o el social-cristiano. Si lo enunciado en el Parlamento se confirma, esta última opción siempre encierra un riesgo que ya ha hecho empantanarse a Ciudadanos.

Y es que confundir el abrazo a posturas más progresistas con la claudicación cultural ante la izquierda lo único que va a provocar es una fuga de votos masiva a quien dichos votantes identifiquen como la verdadera oposición. Y ahí está Vox esperándolos con los brazos abiertos. La única estrategia válida para hacer oposición en estos momentos pasa por tener en primer lugar muy claro por qué se lucha y cuál es la concepción del mundo que se defiende. A partir de ahí lo demás.

Porque, si es exigible al PP que se aleje del extremismo de Vox, también lo es al PSOE que haga lo propio con Unidos Podemos, ERC y Bildu. Con los que acaba de firmar un tan irónico como hilarante manifiesto a favor de la ‘democracia’ y de los ‘derechos humanos’; o lo que es lo mismo, con los que se han saltado esa democracia para imponer sus ideas a los demás y han caído por ello en manos de los tribunales, y con los herederos de una banda terrorista con más de ochocientos muertos a sus espaldas por los que se niegan a pedir perdón.

El Gobierno de Sánchez debe ser censurado, pero, ¿cuál es la alternativa? Está por ver si el aplauso a Casado por la prensa se convierte en un aplauso por el votante, y si esta Moción de Censura le confirma como líder del Partido Popular y, con ello, de la oposición; o si todo queda en flor de un día y quienes están en frente del Gobierno deben quedarse allí, como ha dicho Pablo Iglesias, durante mucho, mucho tiempo.

(Firma: Pablo Gea)

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