El cuadro del Rey

“Es maravilloso”. “Precioso”. “Tiene una mirada…”. “Sí, es el Rey”. “Parece que te está mirando”. Y así se llevaron un rato sus Señorías los Diputados, haciendo comentarios que niños de siete años verbalizarían con más arte e inteligencia, ante el flamante y económico cuadro que preside el Congreso.

Resulta que un pintor ha retratado al rey Felipe VI sentado en una silla, con gesto adusto y barba de marinero confuso, por el simbólico precio de 88.000 euros. Quieren ver ahí a la nueva Gioconda, con esa mirada que te persigue hasta el fin del mundo. Así que habrá que prepararle hueco en el Louvre de París al ladito de la mismísima Mona Lisa para que te controlen juntos, echándote el ojo, tratando de escudriñar tu alma.

Este asunto tendría bastante gracia si España fuese un país rico, muy rico, rebosante de dinero. Pero no. Este país, con casi un treinta por ciento de su población encastrado en la miseria y otros tantos que sobreviven a base de pasar calamidades y estrecheces, no está para obscenidades como ésta, el último capricho conocido de esta monarquía rancia. Lo mismo se nos van de viaje de superlujo que nos encajan a la sobrina del rey, esa Victoria Federica que sólo quiere toros y España cañí; igual la encuentras en un mitin de un partido de ultra derecha, que se va a la Feria de Abril, olé con olé, con mantilla y tronío.

La prensa nos los mete por los ojos –aún ando digiriendo la mirada severa de Felipe- para que caigamos rendidos ante los cachorros reales (ella, su hermano, sus primos, etc…) con que esta generosa monarquía nos deleita. Y Leticia, con su elegancia, su saber estar, sus operaciones, su vestuario que no baja de seis mil euros cada vez que va a por el pan. Son adorables.

Como los reyes eméritos, que nos cuestan unos trescientos mil euros al año y no tienen funciones concretas designadas, pero oigan, que bonachones y simpáticos y sencillos son. Abuelitos encantadores a los que, lógicamente, hay que mantener como a nuestros mayores que no tienen sangre azul, que perciben de media unos setecientos euros al mes después de haberse dejado la piel trabajando de verdad toda su vida. En fin.

La Casa Real nos vale unos ocho millones de euros al año. Poca cosa, una herencia medieval que, en pleno siglo XXI, es justa y necesaria. A los plebeyos nos encanta, claro, tener reyes, porque eso hace bonito, da glamour. Muchos reyes. Cuatro, para ser exactos. Por eso sugiero que se realicen excursiones de escolares con el único propósito de admirar la mirada enigmática de nuestro monarca. Aunque esos niños pueden ser más avispados y sinceros que sus Señorías los del “Oh”, “Ah”, “Qué rey, qué cuadro”.

Igual alguno se atreve a soltar: “Pero si se parece a mi tío Pepe cuando está viendo los documentales de la 2 para ver si se duerme”. O “Maestra, se ha sentado porque se cansó de trabajar”.

Y es que la infancia es vibrante y chisposa. Como la mirada perturbadora de Su Majestad el Rey de España.