Falsa melancolía

(Firma: Emilio Rodríguez - Magister en Ciencia Política)

Se podría afirmar que tenemos una falsa melancolía ¿Eso, por qué? Porque siempre se ha repetido que Argentina fue una potencia, el famoso granero del mundo, que llegó a estar entre las cinco mejores economías del mundo.

De hecho hay datos que lo avalan, por ejemplo, una actualización del Maddison Historical Statistics reveló que en 1895 y 1896 Argentina tenía el PBI per cápita más alto del mundo. Los siguientes puestos fueron para Estados Unidos, Bélgica, Australia, Reino Unido y Nueva Zelanda.

Pero Argentina nunca fue un país desarrollado como tal, con altos niveles de calidad de vida para toda la población. Por ende, añoramos algo que jamás sucedió. Si es cierto, que a fines del siglo XIX e inicios del S. XX tuvo un gran éxito económico, pero eso fue a nivel macroeconómico. Hay mucha bibliografía que avala esto, por ejemplo, el relevamiento que realizó Bialet Massé por encargo del Estado argentino, durante la segunda presidencia de Julio A. Roca (1898-1904). El resultado de su labor fue el “Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la república” y sus conclusiones fueron lapidarias, dejando en evidencia las grandes desigualdades sociales reinantes en estas tierras y las pésimas condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores.

Que se haya tenido éxito económico una vez no significa que fuimos desarrollados. Esta idea es sostenida por el historiador Ezequiel Adamovsky. Hay que tener en cuenta, que es más desarrollada una economía que, además de su sector primario (explotación de materias primas), ha desarrollado su sector secundario (producción industrial). Y nosotros nunca tuvimos un contundente grado de desarrollo manufacturero durante esa época.

Siguiendo el pensamiento de Adamovsky, fueron ciertas circunstancias favorables, como la mano de obra disponible a partir de la llegada de inmigrantes, una notable disponibilidad de tierras fértiles, un gran arribo de capitales británicos, poca población y una considerable capacidad exportadora, las que hicieron posible, a nivel general, obtener datos económicos muy auspiciosos pero eso no significa que fuimos ricos.

El modelo agroexportador demostró ser dependiente del contexto internacional, eso quedó muy en claro con el crack de la Bolsa de Wall Street en 1929. Además, nos faltaba entre otras cuestiones, incrementar el capital cultural. En 1910, el porcentaje de analfabetismo llegaba al 36%.

La realidad era muy contradictoria. Esto se puede comprobar también cuando tuvieron ocasión los festejos del centenario de la Revolución de Mayo. Fue un momento en la que la oligarquía intentó demostrar al mundo la grandeza de la Argentina. Se organizaron, entre otras actividades, ceremonias en las que participaron personalidades extranjeras y funciones de gala en los teatros. Pero no todos tenían razones para festejar. Durante 1910 se realizaron unas 300 huelgas obreras.

Dicen que la clave de la melancolía estaría en la nostalgia de lo perdido. En este caso, nosotros no perdimos nada, todo lo contrario, debemos ganar, buscar ser un país desarrollado. Pero para eso, recordando y parafraseando a Pandit Nehru (destacado nacionalista y político indio, referente en la lucha por la independencia de su país del Imperio británico), que solía repetir “somos demasiados pobres para darnos el lujo de no invertir en Ciencia y Tecnología”; teniendo en cuenta nuestra situación, no podemos darnos el lujo de no invertir en educación, cultura, ciencia y tecnología, si realmente queremos llegar algún día a ser un país del primer mundo.