
(Firma: Pablo Gea)
Lo sucedido en Vallecas debería estremecernos si no fuera porque hemos normalizado la intolerancia política como una estrategia válida para hacer campaña. Como todos los lectores saben perfectamente, esto no es un hecho aislado ni se va a quedar ahí. Habrá más. Porque, por muchas componendas que se le quieran poner y falsas justificaciones que se quieran hacer, hay una verdad fuera de toda duda: que Vox fue allí a hacer un acto electoral legítimo. Guste o no su ideología o se esté o no de acuerdo con sus planteamientos. Como también hay un hecho objetivo: que dicho acto fue reventado violentamente por militantes y simpatizantes de la extrema izquierda, amparados y apoyados en todo momento por sus líderes -si es que no lo planearon ellos-, algunos de los cuales están en Gobierno.
Inmediatamente, tanto Pablo Iglesias como los suyos salieron al paso para decir que Vox había ido a Vallecas a ‘provocar’, eufemismo para enmascarar el hecho de que consideran ‘provocar’ el ir a manifestar ideas contrarias a las suyas, en un ejercicio de totalitarismo de manual. Porque está claro que sólo una ideología es permisible y sólo un mensaje puede transmitirse en una campaña electoral, esto es, el que le interesa al Ejecutivo, que es quien tiene ahora la sartén por el mango. Todo lo demás es ‘fascismo’, otro eufemismo para referirse a cualquiera que piense diferente.
La cosa viene de lejos. No en vano, cuando otros partidos, como por ejemplo antes Ciudadanos, han ido al País Vasco a hacer campaña, quienes ahora tratan de venderse como adalides de la libertad también justificaron los ataques violentos que recibieron alegando que habían ido allí a ‘provocar’. La estrategia ‘matonil’ de la extrema izquierda y del PSOE quedó estampada para la posteridad cuando, después de entrar Vox en el Parlamento de Andalucía, se proclamó una ‘Alerta anti-fascista’ que fue seguida de ataques por todo el país a sedes y grupos del partido verde. Y no sucedió nada. Cuando Pablo Iglesias dice que no se puede ser tolerante con el ‘fascismo’, quiere decir en el fondo que no se puede ser tolerante con nadie que piense como no lo hace él. Porque el que lo haga se expone a no poder expresarse libremente, a que le revienten sus actos y a que le agredan físicamente.
Sabido es que Vox no es santo de mi devoción. Pero una cosa es no estar de acuerdo con un partido político o con una ideología política, y otra muy diferente es tratar de erradicarla por la fuerza cercenando su derecho a la libertad de expresión y al ejercicio de una actividad electoral legítima. Lo que revelan estos sucesos es la pulsión inequívocamente dictatorial de estos partidos que apoyan la violencia. Que son los mismos que apoyaron que Barcelona se convirtiera en una auténtica zona de guerra cuando se decretó la entrada en prisión de Pablo Hasél y cuando salió la sentencia del Tribunal Supremo que condenaba a los líderes independentistas golpistas. Los mismos que justificaron la agresión a los guardias civiles en Alsasua y que elevaron a un delincuente violento como Andrés Bódalo a la categoría de héroe social.
Aunque Pablo Iglesias tiene razón en una cosa: no hay que ser tolerante con el Fascismo, como ideología política genuina, como tampoco con el Nacionalsocialismo, también como ideología política genuina. Pero el líder morado carece de legitimidad moral alguna para decir lo que dice, porque si ponemos en la balanza los millones de muertos ocasionados por el Fascismo italiano y el Nacionalsocialismo alemán con los provocados por el Comunismo soviético, el Comunismo chino o el genocidio camboyano, el desnivel es absolutamente desolador. Aconsejando que tampoco una democracia combativa pueda ser tolerante con el Comunismo, como ideología genuina, ya que está demostrado que en su ADN político está la dictadura, el totalitarismo, la carencia de libertades y la persecución del disidente. Nadie mejor que los ‘defensores de la libertad’ de Vallecas para hacérnoslo ver.