El Estado español, manchado de la sangre inocente de dos víctimas asesinadas

(Firma: Familias del doble crimen de Almonte)

Un Estado democrático y avanzado no puede permitirse el lujo de meter en un nicho a una niña de ocho años asesinada junto a su padre y mantener en libertad a su asesino

Después de siete años de los crímenes que estas familias han tenido que padecer para el resto de sus vidas, nos parece absolutamente sorprendente que el Estado español continúe ciego, sordo e inmóvil ante los terribles y espantosos asesinatos de una niña de ocho años y de su padre cuando se encontraban tranquilamente en su casa. Como familias asoladas por la desgracia de los crímenes y de la injusticia nos preguntamos hasta cuándo el Estado va a proseguir en su incompetencia y aberrante dejadez ante unos hechos tan dantescos. Somos conscientes del desgaste que padecemos, porque  tanta lucha en este largo periodo sólo nos ha arrojado bofetadas judiciales y por increíble que parezca insultos, vejaciones y humillaciones con la connivencia del Estado mirando hacia otro lado y sin querer proteger a las víctimas verdaderas, ya que denuncia tras denuncia las autoridades competentes no han movido ni un solo dedo por ampararnos. De todas maneras, todos estos sinsabores no logran sellar nuestra boca para alzar la voz una vez más y exigir al Estado que tenga la vergüenza de dar una respuesta a sus ciudadanos, a unas madres y abuelos víctimas y rotos por el dolor ante el que ni siquiera han obtenido el consuelo de la justicia material. ¿Dónde está el Estado para proteger la vida de sus ciudadanos? ¿Dónde está el Estado para garantizar un derecho constitucional básico como es la inviolabilidad del domicilio? El Estado español tiene al asesino de María y Miguel Ángel suelto por las calles, riéndose de las víctimas, compartiendo y gozando de la vida, mientras estas familias tienen que deambular como almas perdidas en busca del aliento ante una lápida, porque el Estado español no le ofrece ni el pañuelo con el que recoger sus lágrimas rotas por el dolor. 

Siete años han transcurrido desde la masacre atroz que María y Miguel Ángel sufrieron en su propio hogar, en lo que debiera ser una noche de sábado más en la que padre e hija disfrutaran de su compañía mutua. Siete años han transcurrido desde que María y Miguel Ángel reposan en un cementerio, mientras su asesino ríe, camina, duerme, sueña, disfruta de la vida con la connivencia de un Estado imperturbable al que los asesinatos de dos ciudadanos inocentes y tremendamente buenos les ha importado lo mismo que un cero a la izquierda.

Seguiremos padeciendo esta injusticia y continuaremos esperando a que llueva la luz de la verdad, tendremos que alargar y perseverar en nuestra lucha golpeada y sin oxígeno porque María y Miguel Ángel reciban algún día la merecida justicia que no tienen, pero mientras, el Estado seguirá manchado de su sangre, el Estado continuará teniendo en su expediente a dos muertos encima de la mesa. Nosotros como familias víctimas padeceremos la injusticia y la rabia por el dolor, pero el Estado padecerá la ignominia, el horror y el empacho de sangre derramada inocente de dos de los suyos. Porque, por supuesto, María y Miguel Ángel son nuestros familiares asesinados, pero lo son también del Estado español, y lo serán siempre. Resulta indignante cuando tenemos que escuchar en cada ejercicio anual a las autoridades competentes anunciar si este año o el anterior ha bajado la cifra de delitos violentos o por homicidio o asesinato atribuyéndose de esta manera dicha circunstancia como un mérito, contabilizando a las personas como números y no como casos personales detrás de los cuales hay un drama familiar, hay un dolor irrefrenable. Por muchas cifras y cantidades aminoradas que ofrezcan, ese mérito que se asignan las autoridades responsables quedará marcado por las caras inocentes de una niña de ocho años y de su padre asesinado en Almonte, en la provincia de Huelva, hace ahora siete años. Siete años en los que como familiares víctimas nos tenemos que buscar los recursos habidos y por haber para proseguir en la lucha y por ello hemos derrochado esfuerzo personal, económico, físico y mental por hallar un resquicio, una mota de amparo judicial; no para nosotros, sino para dos seres inocentes a los que el Estado ha tapado y continúa tapando sin querer saber nada de ellos, mientras su asesino goza de la impunidad y de la vía libre para caminar y quién sabe si para volver a ejecutar, ya que no es la primera vez que tenemos que lamentar un episodio reincidente. Todo ello bajo el paraguas del Estado, que calla, consiente, otorga y ningunea a las víctimas. 

En esta lucha agotadora nos hemos puesto bajo la dirección letrada del despacho sevillano Bidón Abogados y hemos llegado a arrancar un compromiso del prestigioso forense Francisco Exteberría por llevar a cabo un intento más de alcanzar un rayo de luz entre tanta oscuridad. La situación actual por la que atraviesa el país, ha llevado a postergar hasta que el estado de alarma lo permita, el trabajo pericial que el doctor Etxeberría pretende llevar a cabo bajo el conocimiento del Juzgado de Instrucción competente. Al mismo tiempo, hacemos un llamamiento a la Unidad Central Operativa (UCO) para que no desista ni un ápice en su labor dentro de la nueva investigación implementada como siempre nos ha constado su laborioso quehacer, pero que somos conscientes un sistema absurdo como es el tribunal del jurado incompetente se ha encargado de vapulear y estropear su enorme trabajo profesional con la misma facilidad de quien levanta un lápiz. Ante ello, nos preguntamos, igualmente, ¿dos asesinatos de dos seres inocentes en su propio hogar pueden someterse a un juego? ¿Dónde queda la labor de unos profesionales con una trayectoria dilatada y más que contrastada como son los investigadores de la UCO? ¿Si la resolución de un doble asesinato se deja en manos de ocho personas incompetentes para ello y el trabajo riguroso y profesional de la UCO se manda al sumidero, para qué existe entonces la UCO? ¿Dónde queda la credibilidad de este cuerpo cuya versión queda relegada por la de ocho iletrados?

Por todo ello, en el séptimo aniversario de los crueles asesinatos de María y Miguel Ángel queremos alzar la voz más que nunca porque la gente de buena voluntad, entre la que se encuentra la familia espontánea de corazones verdes, tenga en su mente y en su memoria la presencia de María y Miguel Ángel y pedimos que esa presencia en sus corazones nunca decaiga, para que su asesino, aunque no tenga conciencia y goce de la impunidad que le regala el Estado, sepa que no hay tiempo capaz de callar la sed de justicia ni viento con fuerza para llevarse el peso de la memoria. Por María y Miguel Ángel, hijos predilectos de Almonte, ¡JUSTICIA!