La edad de la alegría

Siempre que recuerdo aquellos días me viene a la mente la noche de fin de año, con una botella de champán y dos copas de cristal por las calles de Huelva. Éramos entonces jóvenes y alegres. Dentro de nuestras miserias particulares brillábamos por la risa y el humor.

Nada era demasiado grave, ninguna tragedia demasiado solemne.

Los mejores recuerdos de mi juventud están siempre ligados a mis amigos. Los baños en la playa de madrugada con el toro croqueta, cantando a voz en grito por la calle a altas horas de la madrugada (lo siento, vecinos), y sobre todo las risas, las risas por encima de todo.

Las recuerdo porque ya no nos reímos así.

Nos reímos distinto. Con moderación. Apenas sin carcajadas. Cuando una aparece hay que capturarla al vuelo pero con delicadeza, como a una mariposa. Y entonces, la nostalgia.

La nostalgia de la primavera, de los veranos interminables. La nostalgia de vernos cada tarde, cada fin de semana, sin tener que coger un avión. Hablar por hablar, durante horas, sin cita previa. El privilegio -porque ahora sabemos que es un privilegio- de poder vernos para tomar una cerveza en cualquier momento. Para cenar en el chino.

Dicen los que saben que la vida no es dónde sino con quién. Sin ellos, Huelva pierde su luz: es más bien gris.

No fuimos nosotros, conste. Fueron los tiempos. Nosotros aún nos queremos en la distancia y en los momentos fugaces. Cuando podemos estar juntos el resto de la agenda se cae. Las amistades en ese sentido son como el amor: cuando son de verdad, el tiempo ni pasa, ni pesa.

Fueron los tiempos y fue la crisis, chivo expiatorio para toda una generación. Fue la falta de previsión de quien debía prever, porque desde luego no faltaron avisos y advertencias. Pero para gobernar hace falta talento y el poco que teníamos en nuestro país ha emigrado.

Una generación no arrancada de raíz sino cortada cuando debía florecer. Una generación desarraigada, desencantada, perdida. Con un retraso de diez años con respecto a su ciclo natural. Planes de vida postpuestos o renunciados. Una juventud que ha vivido una adolescencia prolongada socialmente y que ahora siente de cerca el aliento de las nuevas generaciones que vienen detrás, más preparadas y con el paso cogido al nuevo siglo.

Algunos, eso sí, se salvaron. A esos hace aún más tiempo que no los veo.

Echo de menos aquellos días porque al terminar de brindar, tírabamos sin remordimientos las copas de cristal a la basura.