Cibernética emocional

Siempre fue una fuerte intuición en la ciencia ficción. Para un escritor y divulgador científico referente como Isaac Asimov, considerado padre espiritual de la robótica –autor de las Tres Leyes de la Robótica–, el debate emocional en los cerebros positrónicos de los cyborgs siempre fue una constante en sus obras. Como buen visionario, su acierto no pudo ser más preciso. Independientemente de las tareas más pragmáticas que pueda realizar un robot para el servicio al humano, uno de los grandes desafíos de la industria robótica es precisamente esta programación de habilidades emocionales para armonizar al máximo la relación con las personas de carne y hueso.

Al pensar en una máquina, automáticamente lo asociamos a algo frío, carente de emociones y sentimientos, que trabaja estrictamente desde la racionalidad. Si fuera así, toda relación entre un robot y el ser humano tenderá a degenerarse, al ser uno, la máquina, incapaz de adaptarse a las emociones humanas.

Aunque todo suene a lo que planteaba Asimov, a ciencia ficción, lo cierto es que nos encontramos en un momento álgido de la cibernética. Los impresionantes avances que logran la industria informática y la ingeniería año tras año nos han llevado a un escenario donde, a buen seguro, la Inteligencia emocional tiene mucho que decir. Sin ir más lejos, Susan Calvin, uno de los personajes más queridos de la obra robótica del escritor, era la jefa del sector de Robopsicología (término que acuñó el propio Asimov). Seguramente, otra intuición del gran autor.

Pese a todo, probablemente ni John Mayer ni Peter Salovey (padres científicos de la Inteligencia emocional), ni siquiera Daniel Goleman, habían reparado siquiera en esta posibilidad: la de crear una Inteligencia emocional artificial. Si ya resulta tremendamente complicado reconocer, comprender y regular nuestras emociones a nivel humano, al tratar con seres artificiales la complejidad no hace sino multiplicarse.

Tenemos ejemplares incipientes en esta habilidad, como el caso de Pepper, de la empresa japonesa SoftBank Robotics, donde la Inteligencia emocional, a modo de algoritmo, ha sido clave a la hora de diseñar el famoso robot, capaz de interpretar las emociones de una persona. Así, sólo por el registro del tono de voz humano, Pepper es capaz de comprender que alguien está triste, alegre o enfadado, y además se adapta al humano. Es decir, el robot no sólo detecta la emoción, sino que también reacciona ante ella, una suerte de empatía en ceros y unos.

Por supuesto, el reconocimiento facial y las expresiones faciales son otro ingrediente fundamental para detectar las emociones humanas, así como el mimetismo en su lenguaje corporal.

Emotibot es otro proyecto del país nipón, que directamente apela a la Inteligencia emocional de la máquina, que actúa como asistente para el humano.

El conocido empresario Elon Musk, cofundador de Tesla, también está detrás de un ambicioso proyecto, Neuralink, con el que pretende transformar a la raza humana, convirtiendo a las personas en cyborgs.

Otras experiencias en este sentido las tenemos en asistentes cibernéticos con los que interactuamos en nuestros smartphones, tablets y ordenadores. Los conocidos Cortana, Siri o Alexa son tres ejemplos del incipiente (y espectacular) desarrollo de la Inteligencia artificial, pero todavía incapaces de adaptarse emocionalmente a las personas. Es el siguiente paso.

El desarrollo de la Inteligencia artificial está ligado necesariamente al de la Inteligencia emocional. En un artículo publicado en El País, Enrique Cuarental, experto en inteligencia cognitiva en Ipsoft, los robots que se creen en el futuro deberán integrar una tecnología que les haga inteligentes emocionalmente, quizá una tarea más ardua que cien millones de operaciones matemáticas o jugar y ganar cuarenta partidas de ajedrez simultáneas contra campeones del mundo.

Como lo expresa el propio Cuarental, “la inteligencia artificial del futuro no es la mejor sólo porque resuelve problemas, sino porque es la que mejor nos hará sentir”. Aquí entran conceptos como la empatía, el procesamiento de las emociones o la búsqueda del bienestar.

En definitiva, la gran tarea que tienen los ingenieros y psicólogos (o robopsicólogos) por delante es la de desarrollar no tanto el cociente intelectual-cognitivo de la máquina, sino su cociente emocional. Sólo entonces, verdaderamente, lograremos acercar los robots a las personas.


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