
Las lenguas son mucho más antiguas que los independentismos. Cuando en San Millán de la Cogolla se encontraron los primeros vestigios filológicos del castellano y el vasco, no habían nacido, por razones obvias, ni Sabino Arana, ni Francesc Cambo, ni Castelao, que fueron los fundadores de los nacionalismos periféricos en base a un periodo decadente del sentimiento nacional con motivo, entre otros, de la pérdida de las posesiones de ultramar a finales de la centuria romántica.
El idioma, por lo tanto, forma parte de la naturaleza de los territorios de España, acumula una jerga así propia que le otorga esencia a la transmisión oral y escrita. Es por ello que se le hace mucho daño cuando se intenta utilizarla políticamente, y mucho más, cuando los nacionalismos se las atribuyen y se las apropian sin ninguna base histórica sobre la que lo puedan hacer, como ha quedado demostrado a lo largo del tiempo.
Todo esto lo digo porque se ha celebrado un Pleno en el Congreso, investido sin investidura, por un halo plurilingüe en el que se ha intentado demostrar que el uso de las lenguas cooficiales estaban prohibidas, cosa que es incierta, como ha demostrado desde el atril Borja Semper. En sede parlamentaria siempre se ha podido hablar cualquiera de esas lenguas, claro está con la posterior autotraducción del orador. De esta forma nos enteramos todos.
Las distintas lenguas que hablamos en Españas están protegidas y amparadas por el marco constitucional de la Carta Magna, es el garante de la preservación de estos idiomas. Es más, es el ordenamiento jurídico que las promocionan, así quedó establecido en el régimen de la transición, que ahora, por lo que veo, se quieren cargar.
El castellano es nuestra lengua de unidad, es decir, el habla que hace que nos entendamos todos. Las lenguas cooficiales son nuestra diversidad y parte de la riqueza cultural de la Nación. Por eso, no debe ser algo divisivo sino integrador. Nosotros desde el Partido Popular, decimos que este asunto tiene trascendencia suficiente para establecer sobre él un debate con respeto y profundidad. Y sobre todo, el aprobar la modificación del Reglamento sin deliberación previa, es aberrante. Con ello se incumple claramente la ley, pues se intenta cambiar la norma sin aplicar el procedimiento de rigor. Y todo ello, con los pinganillos al principio de la sesión sobre nuestros escaños.Lo que viene siendo una auténtica chapuza del tratamiento legal.
La clave está en falsear la realidad, convertirnos en rehenes de una escenificación y dejar intacto el ambicioso sillón monclovita de Pedro Sánchez. Está claro que es el primer pago del precio que le han impuesto los independentistas para recalcular su continuidad como Presidente. Me parece muy triste que de una manera tan transparente acceda al chantaje de los que no creen en nuestras instituciones. Y, como un cristal roto, intenten fragmentar nuestro país.
Este atropello contra la lógica y la legalidad lo pusieron de largo, entre otros, Ramón Gómez Besteiro, que nada tiene que ver con el que fuera Presidente del Congreso en la Segunda República. Miriam Nogueras, yendo en contra de ella misma. Rufian, siempre en su línea. Mertxe Aizpurua, sin comentarios. Gerardo Pisarello, perorando a lo Juan Negrín. Néstor Rego, en su papel de nuevo Cunqueiro o Agirretxea, filólogo especialista en vascuence. Y por ahí todo seguido.
Se convierte de esta manera la Sede de la Soberanía Nacional en un Congreso Políglota, como la Biblia del Cardenal Cisneros o la de Benito Arias Montano, con mucha menos pompa y boato. No se trata de volver al Cid como decían los regeneracionistas, pero si Cervantes abriera los ojos, volvería a cerrarlos.